Cuando en la noche del 11 de abril comience el partido de vuelta de la eliminatoria que medirá al Real Madrid y la Juventus FC, el centrocampista croata Luka Modrić sumará la friolera de 1.777 días (4 años, 10 meses y nueve días) sin haber sido eliminado de la Champions League sobre un terreno de juego. Aquello aconteció durante la muy emocionante velada en la que, tras los cuatro goles de Robert Lewandowski en el Signal Iduna Park, el Borussia Dortmund de Jürgen Klopp resistió con estoicidad ante el último despliegue del proyecto de Mourinho en la capital de España. Desde entonces, los blancos sólo han caído una vez en la que se trata de su competición fetiche, y fue precisamente ante la Vecchia Signora en la primavera de 2015, mas partiendo desde una premisa harto importante: Modrić estaba lesionado.
No existe la casualidad en esta suerte de efeméride; Luka ha sido el centrocampista más dominante de Europa en el periodo concerniente.
Y si bien su extrema categoría como futbolista se antojaría razón suficiente como para justificar su ascendencia, el tema no se limita a esta. Además de esgrimir su nivel natural, ha evolucionado hasta el punto de representar el perfil más versátil que se vislumbra en las medulares de élite. No hay otro interior que sobresalga en más facetas y en más estilos futbolísticos diferentes que el pequeño gran jefe croata. Modrić, en la zona ancha, es omnipotente.
Su sabiduría y capacidad se cimientan en sus debilidades y su gen ganador: su cuerpo liviano le penalizaba a la hora de enfrentar a los equipos que exigían más despliegue físico en los adversarios y tuvo que superarse para prevalecer y triunfar. Su método, desarrollar una lectura del juego y un sentimiento de colectividad que albergan pocas comparativas. Modrić es un obseso de que sus compañeros estén juntos tanto en el ataque como en la defensa; es conocedor de que este es un juego de equipo en el que emplear las características y las posiciones de quienes compiten a su lado es la receta, o la medicina, frente a cualquier mal. De ahí que en la Champions League 2013/14 (la Décima), en la semifinal contra el Bayern Múnich, fuese capaz de resultar ultra determinante formando parte de un doble pivote de un 4-4-2 en un Madrid que no alcanzó el 40% de posesión del esférico durante el doble cruce.
Su concentración y don de colocación le elevaron como defensor práctico y su fluidez para batir líneas eran un lanzamiento perfecto para los contraataques de la BBC.
Pero se vio un Modrić sumamente distinto en la Champions League 2015/16 (la Undécima). Aquella versión de los merengues no llegaba al rendimiento de sus rostros más potentes, y el croata era el principal sabedor de los defectos de la ya entonces obra de Zinedine Zidane. En pos de compensarlo, en especial en la semifinal contra el Manchester City, propuso un fútbol control desde posesiones asentadas y de cariz más horizontal de la cuenta que permitió al Real crecer desde el balón en una noche en la que no contó con su punto de referencia defensivo, un Casemiro que causó baja por sanción.
Fue el Modrić menos brillante desde un punto de vista visual, ya que fue su misión principal parecía evitar que pasasen cosas, más que provocarlas tanto en defensa como en ataque, pero puede que aquel Madrid timorato precisase de ese cariz conservador del que supo dotarlo su hombre clave a través de su paciencia.
Lo cual no guardó relación alguna con el despliegue ofensivo que protagonizó en la Champions League 2016/17 (la Duodécima).
Cruzarse contra el Atlético de Madrid y la Juventus FC, o sea, los dos sistemas defensivos más respetados del continente, hizo que el reto para el vigente campeón consistiera en abrir puertas y derribar muros, a lo que Modrić, que previsiblemente por edad ya no se encontraba para tales trotes, contestó con una actitud agresiva cuando el Madrid manejaba la pelota – e incluso durante la presión – que pudo percibirse estupendamente en el 4-1 de la final de Cardiff, en la que llegó hasta la línea de fondo para servir la asistencia a Cristiano Ronaldo. La mera circunstancia de que sea capaz de exhibir caras tan variadas y siempre a un nivel excepcional ya le sitúa en la cúspide de este deporte, pero todavía más importante que eso es el hecho de que sepa ver, oír, oler, palpar e incluso saborear qué demanda cada batalla en cada momento. Y es que ese, de forma muy concreta y delimitada, ha sido el principal secreto del conjunto de Zinedine Zidane en esta era tan productiva a nivel de títulos.
El Real Madrid es un equipo preparado para reaccionar a cualquier tipo de estímulo: un gol en contra, la expulsión de uno de los suyos, la decepción de una ocasión fallada, la lesión de un futbolista crucial, una racha de juego excelsa de su oponente, etc.
La Champions es un torneo que pone los nervios a flor de piel, lleva al límite emocional a los candidatos y deriva sus caminos hacia las malas decisiones. Pero no con el sabio Modrić. Él siempre sabe lo que tiene que hacer. Y lo hace. Y de ahí emana la sensación de que eliminar al colectivo que él tan bien sintetiza sea tan, tan, tan complicado.
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Imagen de portada y del articulo ©LaPresse