Rafinha Alcántara fue cumpliendo etapas en el fútbol base de La Masia bajo la sombra y protección de su hermano Thiago.
El hoy jugador del FC Bayern, dotado de una técnica y un carisma superiores, alejó los focos del hijo pequeño de Mazinho y le permitió crecer en paz. Y precisamente esa relativa falta de expectativa en terceros que le acompañó durante su periodo formativo empezó a sentar las bases de la que sería su actual identidad como futbolista de élite: Rafinha es un atacante al servicio de la colectividad.
Pese a su concepción altruista, sus condiciones son de proyecto notable. Quizá no como para aspirar a ser la estrella de un club candidato a la Champions League, pero sí como para liderar entidades que luchen para clasificarse para la misma o para ayudar a cracks de postín en aventuras que sí opositen a conquistarla. Por ejemplo, la calidad de su zurda está contrastada desde dos puntos de vista.
En lo referido al toque, su paleta de golpeo es variada y eficaz: domina el contacto con todas las superficies del pie (interior, empeine, exterior e incluso el recurso de la puntera), su rango de pase es amplio y sus gestos técnicos de cara a influir sobre el marcador están depurados: es correcto con el chut desde larga distancia, centra de maravilla, templa bien el último pase y, algo en lo que sobresale, define cual goleador cuando se encuentra la pelota en el área pequeña.
Siguiendo con su desglose de facultades, toca analizar el ámbito físico, donde hay luces y sombras.
Entre lo positivo, sobresale su resistencia. Rafinha se mueve muchísimo, no es un jugador a quien fijar, sabe encontrar posiciones desde las que facilitar los ataques a su equipo y no cesa de ocuparlas para generar fluidez o peligro. Además, en lo alusivo a sus movimientos, se percibe mucho y bien la escuela del Barcelona, que enseña a sus talentos a no acercarse siempre al balón sino a alejarse de él para abrir ángulos nuevos en los triángulos asociativos y dinamizar la posesión.
Menos sobrado va en lo vinculado a la aceleración y la potencia, lo cual coarta su aportación cuando recibe abierto en un costado. Esto es una pena porque aquí radica, quizá, lo que acota su potencial. El grueso de sus partidos más brillantes los jugó como extremo derecho, es esa la demarcación que exponencia la mayor parte de sus dones, pero carecer de una velocidad propia de la posición le ha privado, probablemente, de poder asentarse en su club de origen o en la convocatoria de la selección brasileña. Si bien no parece un obstáculo para ilusionar en la Serie A, donde bastantes piezas externas han cosechado éxito sin una rapidez TOP.
Para cotejar sus posibilidades en el esquema de Luciano Spalletti, conviene separar sus adaptaciones teóricas en los dos roles que podría asumir: el banda derecha en el lugar de Candreva o el de centrocampista ofensivo por delante de, en principio, Borja Valero y alguien que fijase más (Gagliardini o un Vecino contenido).
En calidad de extremo derecho, su encaje parece muy fácil de optimizar. La profundidad de Cancelo -o incluso Candreva si se optase por bajar al italiano en según qué contextos- le daría margen para abandonar la posición fija y fomentar superioridades numéricas en zonas de creación y definición, algo que Candreva no suma en la misma proporción que Rafinha cuando atesora confianza.
Además, lo más interesante estriba en que su compatibilidad con los dos atacantes clave del Inter de Milan, Perišić e Icardi, se antoja total.
Perišić posee la verticalidad con y sin balón que a Rafinha le cuesta aplicar, mientras que Icardi es un ariete de desmarques eminentemente agresivos y, ante todo, un especialista del último toque, sea en remate o en definición ante el portero. El fútbol de Rafinha conecta a la perfección con el tipo de acciones que alimentan a Perisic e Icardi, y, además, el reparto de espacios entre ellos alcanzaría un equilibrio muy natural.
Menos automático se vislumbraría su aclimatación en el papel de centrocampista más adelantado. Hasta ahora, los dos perfiles más utilizados por Spalletti en dicho hueco han sido Borja Valero y Joao Mario o Brozovic. Cuando jugó el español, este tendió a bajar a la base de la jugada liberando a un Matías Vecino que exhibió su versión más llegadora, con Gagliardini protegiéndole la espalda. Con Joao Mario o Brozovic en el escalón más alto de la medular, el Inter adquiere una estructura más fija y deposita toda la carga de empuje directamente sobre el portugués o el croata, que sí son medios de despliegue y abrasión.
Por tanto, debe apuntarse que lo que está pidiendo Spalletti a esa pieza no casa demasiado con el biotipo que representa Rafinha. En caso de que el Inter de Milán se construyera con él fijado como “10” o interior más proyectado, quizá no el dibujo, pero sí el modelo de juego -que es más relevante- afrontarían una modificación sensible.
El Inter de Milán ha firmado a un jugador de mayor presente del que se le ha reconocido y de potencial considerable. No se trata de un niño, sino de un hombre que logró ser de gran utilidad incluso al FC Barcelona en aquellos meses del año pasado en los que Luis Enrique resucitó una temporada muerta cambiando el 4-3-3 por un 3-4-3 en el que él, como extremo derecho, cuajó actuaciones consistentes y decisivas. Además, tendrá a favor el estilo de su nuevo entrenador y también la vaticinada sintonía con Perisic e Icardi. Las lesiones no le han permitido disfrutar de la continuidad que todo futbolista requiere y, aunque Spalletti parece haber estabilizado el ambiente con la coherencia que otorga un sello futbolístico reconocible, hay que reconocer que Rafinha no aterriza en el club más cómodo de cara a consagrarse.
Mas club y jugador, uniéndose, se han dado, el uno al otro, una oportunidad sugerente para intentar dar un paso al frente más.
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